jueves, 28 de enero de 2016

El amor llega a destino

Calma. Silencio en la arena. Miraba a todos lados. Absorbía cada gota de aire, cada segundo de sonido, cada punto de la imagen. No lo podía evitar, ni lo quería evitar. Se sentía como en la primera fila de un show de orquesta, donde cada ola representaba un choque de platillos, un nuevo compás, y su andar eran las cuerdas y vientos que generaban la melodía.

En la perfecta quietud de las cosas, buscaba ser un soplo, una partícula más viajando a través de la corriente de aire.

Pero no podía. Y no podía por aún no tener la limpieza necesaria. Una vida llena de los desechos que deja lo artificial, lo superficial, los edificios que se levantan a lo alto y no dejan ver el Sol, arrebatando de la vista las dos funciones diarias que este brinda ya a unos pocos afortunados: Amanecer y Atardecer.

Una profunda melancolía le invadía. Hace poco le había sido quitado, por parte de la mano invisible que todo lo regula, su amor. No me refiero a el amor que llevaba dentro, si no a este amor que todos perseguimos y disfrutamos con justa razón, mientras sabe vivir y vencer a todo aquello que se interponga. Y era esto mismo lo que no le permitía ser uno con el todo, y que el todo se fundiese con el uno. Deseaba tener a alguien de igual o mayor afecto emocional para que compartiese ese momento, para juntar un amor con otro, como si el amor fuera un conjunto de monedas en nuestros bolsillos cuya acumulación produce la riqueza, en vez de esa flor que crece en su mismo ser.

Después de meditarlo un rato, recordando el ya inconcebible cansancio de batallas luchadas y noches de bombardeos sin piedad, lo decidió. Tenía que volver a amar. Y volvería a amar. Y ya sabía a quien: el mar.
"¿Por qué no?" Se dijo. "No hay nada que lo impida". Ese momento de lucidez hizo estallar su luz. Se perdió en un viaje a través de millones de imágenes sensoriales que derivaron en la paz de su alma. Entendió que todas las personas tenemos un amor garantizado que si correspondemos, no vamos a dejar de disfrutar nunca: El amor de la Madre Tierra.

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