jueves, 7 de enero de 2016

Entre Líneas (Parte 1)



Días y días de batallas sin piedad ni límites. Largos listados en crecimiento de nombres de quienes portan pies que ya no dejan huellas. Ni el tiempo, ni el desamparo, ni las personas que llevaban esto a la realidad parecían ceder nunca.

El estado de Mindsrole resistía fuertemente a su colonización. El potencial de sus gobernantes era digno de reconocimiento, la apreciación y el precio mismo de su tierra eran inconmensurables, y las vidas no valían más que la tierra, a la cual se juraba cuidar así fuese conociendo a la muerte misma, en cada infancia de quienes allí residían desde el jardín de infantes.

Del otro lado estaba el avaricioso e interesado estado de Diblie, unido por conveniencia y relaciones diplomáticas a la máxima potencia del mundo: Privent. Esta misma era la responsable de todo esto. Dominados por un poder incluso más grande de lo que ellos mismos se creían y de lo que creían que serían en algún utópico momento, en esas vergonzosas exaltaciones orgullosas de sus mandatarios llenos de ambiciones. El trato era repartirse la tierra una vez conquistada, y establecer una mínima diferencia en porcentaje de los recursos explotados para cada Estado (Igual, obviamente, Privent no iba a parar hasta dominar al mundo, y a los pobres ineptos que se le unieran creyendo que iban a lograr algo).

El valiente General Fowler llevaba días sin dormir defendiendo a los suyos. Recluído detrás de las primeras trincheras en el campo de batalla, recibía donaciones de granos de café en grandes cantidades para él y sus reclutas, pero ya estaba tan harto que, más que interesarle sacarse a esas avispas despiadadas de encima, le interesaba sentarse a tomar un té y mirar un ocaso que, hace rato, era tapado por los gases de la crueldad. Así fue expresado en la carta número 18 enviada a su esposa, Amy Rowling, a quien estimaba con un más alto entusiasmo.

Por suerte, el panorama era positivo. Las estadísticas sobre muertes disminuían en cada uno de los grupos repartidos en las posiciones estratégicas, obviamente mucho mejor conocidas por el Ejército de Mindsrole, y ya se empezaba a acorralar a los grupos 18, 23, 16 y 12 del otro frente contra la playa norteña.

28 de junio, 6:15 am: La reunión antes de la victoria.

“Compañeros. Mi nombre es Gabriel Fowler, Capitán General y principal coordinador de tropas en el honorable Estado de Mindsrole, en su incansable defensa contra el avasallamiento de nuestros hogares. Hoy los necesito. Por favor, yo sé que es mucha la sangre derramada, muchas las horas perdidas, mucha la desazón. Las voces no dan más, los pies quieren delegar su tarea a las rodillas, las venas laten furiosas de la exigencia, pero hoy, hoy les prometo, es la última vez. Volveremos a prosperar, veremos sus sonrisas en el cielo, veremos el Sol brillando para todos los que aún estamos acá, y eso va a ser la recompensa del día de hoy, carajo!”

Entre llantos emocionados y gritos, las trincheras de Mindsrole amanecieron con esperanza, aunque cada uno tenía sus miedos reservados también. Como, por ejemplo, Colin, que velaba por la salud de Martin, a quien amaba en secreto dado que nadie vería como algo bueno su condición de amar desde la otra cara de la sexualidad.

Los suboficiales Singer, Hudson, Wilkins y Hawking situaron a sus tropas detrás de los bosques de Knowden, en donde desembocarían a los costados este y oeste, respectivamente, de la playa. Estos serían los primeros en atacar, y cuando la distracción estuviera dada, los grupos comandados por los tenientes Martins, Owen y Barrymore atacarían por el medio, en línea recta hacia el puerto, en estos momentos tomado por los invasores.

La batalla fue más intensa que nunca. Se observaba la fiereza y la claridad del objetivo de los muchachos de Mindsrole, quienes usaron lo último que dejaron estas horrorosas jornadas de energía para terminar con esto de una vez por todas. No había rata que escapara, mediante su correteo fugaz entre los arbustos y los médanos. Si limpiamos la casa, la dejamos llena de brillitos, diría chistoso con un par de copas encima una noche de menor intensidad nuestro amigo de diferentes perspectivas que los demás.

Hacia las 10 de la mañana, el debilitado orgullo de los Priventianos se manifestaba mediante su Teniente Manson, quien decretaba la Retirada y la urgente orden de volver a los navíos y zarpar hacia el estado de Diblie dado que Mindsrole había cubierto las rutas marítimas de regreso a Privent de barcos no precisamente mercantes, que esperaban el más mínimo “ok” para dar comienzo a su participación, pero se tranquilizaron al enterarse de este último suceso.

En un mediodía lleno de condecoraciones y reconocimientos al valor y al inolvidable aporte de aquellos que padecieron este horrible episodio, Mindsrole empezaba a respirar otra vez aires de paz y organizar un Estado próspero e igualitario bajo el incuestionable mandato del primer ministro Frank Van Basten.

Hacia el Oeste circulaba el “Glory III” con los sobrevivientes de la derrota, quienes tuvieron un penoso almuerzo, lleno de furias e impresionantes acusaciones entre sus presentes, intentado encontrar un responsable de la no satisfacción del objetivo de ganar otra colonia, otra dependencia del máximo incuestionable poder del estado de Privent, y su aliado en guerra Diblie. Más entrada la tarde, se empezaban a sentir los mareos y las ganas de vomitar producidas por alimentos vencidos, sin haberse tenido antes certeza alguna del estado de estos mismos dada la ignorancia de los soldados y el abatimiento del equipo de cocina en una de las batallas.

Con ya varios caídos, llego el turno de quien manejaba el timón. Resistiendo mediante el lanzamiento de calumnias como modo de descarga y la autorrepetición de la orden de no caer, llegó el momento de dormir un rato.

Minutos más tarde, el Glory III encallaba en la costa Oeste.

A la hora de despertar, se observaban banderas de Mindsrole, con un flameante rojo y celeste acompañado por el viento del sur, y se escuchaba solo una voz: La del ex coronel Roman Bleach.

“Bueno, bueno, bueno, a ver qué tenemos acá”

Mediante el despectivo gesto de la patada suave a lo cual se ve como un desperdicio, fue pateando cada uno de los cuerpos tirados en el suelo de la costa.

“A VER SI SE DESPIERTAN, SORETES”

Las cabezas zumbaban, la confusión abundaba, y la voz de Roman sonaba otra vez.

“A ver, ratas inmundas. Sé que no quieren saber más nada con ninguno de nosotros. Los espera algún codicioso idiota para echarles en cara lo inútiles que son. Pero yo no soy hombre de actuar según la cobardía, así que fuera de aprovecharme de su condición, tengo una propuesta para ustedes, PERO ME ESCUCHAN ATENTAMENTE, CARAJO.”

Nadie atinó a responder ni con un suspiro.




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