jueves, 5 de enero de 2017

Defendiendo el oficio.

Hace poco, un amigo que aspira a ser músico empezó a dar recitales con su banda. Por ahora dio nada más que dos. En ambas ocasiones, por ser amigo mío, por observar que me tomé la molestia de ir hasta allá (Capital Federal, desde La Plata), quiso pasar de cobrarme la entrada, a lo cual me negué rotundamente, pero no me negué por quedar bien, por rehusarme a aceptar un gesto, si no porque, sabiendo de que se trata, no tendría la conciencia tranquila si acepto algo así.
Un artista, y vamos a enfocarnos en los músicos en este caso, no es un vago. Ser artista no es algo fácil, no cuando se quiere hacer del arte una profesión y sustento, es algo muy difícil.
Cuando alguien toma la decisión de seguir con el arte hasta poder comer con lo que hace, no es porque se quiere tirar a tocar la guitarrita, o a hacer dibujitos pedorros, o a inventar frasecitas todo el día, es porque es su lugar en el mundo, porque le apasiona, le motiva, es quizá su única manera de ser feliz y no malgastar 8 horas diarias (o más) de su vida (que, si hacemos la cuenta, a largo plazo es una suma colosal de tiempo) haciendo algo que no le gusta nada más que porque sin dinero asegurado nos morimos casi todos. Esta primera observación, sumamente prejuiciosa y poco razonada, condena a muchos a tener un sueño que dejan morir y a otros tantos a no poder vivir de su profesión porque nadie entiende verdaderamente cuánto vale lo que hacen. Vamos a ver, entonces, cuanto valor tiene lo que hace un artista:
Un artista es un ser creativo, insaciable, innovador, ambicioso, que busca transformar su entorno y aportar cosas nuevas, mediante la escritura, las artes plásticas, las artes visuales, la música, en pos de lograr generar sentimientos y reacciones en su público, para que este mismo forme una especie de apego y quiera que se generen más contenidos de este tipo para su consumo (traducido en transacciones por una entrada, un CD, una pintura, un libro, una película, en el caso del circuito comercial). Cuanto más crezca el público, más chances de poder vivir de lo suyo. Obvio que los hay también quienes hacen otra cosa de su vida y no les interesa nada más que mostrar lo que hacen, pero no son a quienes me refiero en este texto.
Un artista debe valerse de los recursos necesarios para poder llevar a cabo su arte, recursos que requieren plata, recursos que forman parte de un presupuesto que va en crecimiento en tanto se crea la necesidad de mejorar la calidad del arte para un producto mejor pensado y llevado a cabo. Un músico promedio empieza con un instrumento no muy bueno, y si este debe ser amplificado, el amplificador tampoco es muy bueno. Si tiene una banda, debe gastar plata en traslados y horas en la sala de ensayo. Cuando su banda ya tenga material propio para mostrar, debe gastar más plata en ensayos y en grabaciones. Para que estas grabaciones (y las presentaciones) suenen mejor, debe conseguir un mejor instrumento y un mejor equipamiento de sonido, por lo tanto más plata (invertida, pero plata al fin), y una vez que la banda esté lista, va a salir a tocar afuera, y afuera la mayoría de los lugares cobra por donar un espacio para dar un recital, por lo tanto esto se paga también.
Un artista debe perfeccionar su técnica, porque nadie tiene desde un principio instalado un chip que le permita expresarse correctamente, o tocar pasajes de mínima dificultad a un ritmo adecuado, o pintar formas extraordinarias de la nada, por lo tanto el artista debe dedicar horas y horas a perfeccionar su arte, horas de la misma cantidad que cualquier jornada laboral común y corriente (solo que con el riesgo de que todo sea para que, por el mismo esfuerzo o peor, de todas formas no se le remunere como corresponde). En el caso de los músicos, un músico se sienta a tocar ejercicios, escalas, arpegios, ligados, trémolos, barridos, respiración y ejercicios de relajación para las voces y los vientos (porque parte del instrumental a utilizar es nada más y nada menos que el propio cuerpo), también practica canciones o solo pasajes rápidos de estas mismas que sirvan para mejorar su técnica y adquirir no solo velocidad, si no también prolijidad en su sonido, prolijidad que después se le puede ir cuando llegue a tocar en vivo y se le sobrepongan los nervios, que por más práctica que haya tenido, pueden hacer que falle en ese pasaje que estuvo horas practicando, que su sonido se machaque, que su psiquis sufra ese machaque que tanto quiso evitar mientras el sudor cae como una catarata, corriendo además el riesgo de que después algún desconsiderado diga que “no toca bien” o no le perdone ese error porque esperaba que un músico fuera un robot.
Un artista debe, además, si no cuenta con la asesoría o “la segunda” de nadie, encargarse de pensar la mejor forma de repartir otros gastos como publicidad, producción, distribución, para valerse de la mayor cantidad de público que pueda y que este mismo sea la base de su sustento, porque sin público, nada funciona.
Todavía hay gente que cree que los artistas son unos vagos, que no quieren tomarse su vida en serio, que lo que hacen es una boludez, que no cuesta nada, que tranquilamente pueden hacer cualquier otra cosa antes que dedicarse a su arte, gente hipócrita que después se devora series o películas, se emociona en recitales u obras de teatro, recomienda libros.
Con todo esto en mente, ustedes le pedirían a un artista que les regale su arte? Que les deje pasar gratis a su obra de teatro? Que les regale su CD, su libro? Yo no, por eso le pagué las entradas a mi amigo (que, por cierto, cargando él con todo lo que expliqué acá, las vendía nada más que a 40 pesos).



Mascotas atrás de la felicidad.

Todos, sin excepción de nadie, vamos atrás de lo que nos hace felices. Es lo común, lo normal, lo más sano. ¿Qué persona quisiera pasar su vida deprimida, triste, absteniéndose de disfrutar de todo aquello que nos genera, cuanto menos, una sonrisa? Nadie.
Ahora bien, no es una cosa sana pensar que el modelo ideal de persona es aquella que tiene nada más que felicidad en su vida. ¿Por qué? Porque si este caso es cierto, esta persona no tiene los pies en la tierra.
Hay miles de frases replicadas a lo largo de las redes sociales sobre “expulsar lo que no te hace feliz”, “sacarse a la gente tóxica de encima”, entre otras. Tienen su grado de razón, por supuesto, refiriéndose a los pensamientos negativos, las malas actitudes, los constantes reproches (al menos, aquellos que se dan solo por tirar mierda y listo), pero no son axiomas, no son irrefutables, porque lo cierto es que el Mundo que habitamos también tiene su parte negativa (y vaya que la tiene)
Ya lo sé, pero para qué me voy a amargar pensando todo el día en eso?”
No todo el día, pero de vez en cuando podés tomarte unos minutos aunque sea en darte cuenta que hay cosas jodidas a las cuales prestarles atención y, muchísimas veces, tomar decisiones al respecto.
La razón de ser de este planteo es esa gente que no discutiría bajo ningún punto de vista frases como las que puse arriba, gente que cree que cuando alguien viene a decirles que algo está funcionando mal, probablemente solo quiera amargarles la vida, gente que “vive en una nube de pedos”. Esquivan cualquier tópico que aborde hasta la más nimia problemática, y si alguien les quiere meter en tema, rápidamente abren el manual y, obedeciendo las reglas, “se sacan a su persona tóxica de encima”, demostrando así una obediencia ciega a cualquier discurso que les inste a sonreír como lo menos dañino, y a suprimir cualquier capacidad de razonamiento lógico en pos de vivir con alegría como lo más catastrófico.
¿Entonces? ¿Para ser una persona responsable debe uno resignar su felicidad?
No. Pero no debe encontrar toxicidad en los temas serios y las causas que requieren cuidado, concientización, y racionalización del pensamiento, si no que los debe abordar con la misma tranquilidad que ansía llevar consigo siempre. Si hay alguna razón por la que la mayoría de la gente evita hablar de temas como estos, es por la cantidad inconmensurable de replicadores de odio y desmerecimiento de la opinión diferente o la visión ajena que existen en los espacios que frecuentamos. Sí, la toxicidad reside en esa gente, no en los temas.
Si es mayor la cantidad de personas que actúan según su felicidad que según la vida en sociedad que llevan, entonces estamos en graves problemas, no solo por experimentar una gran epidemia de egoísmo, si no también porque los hechos conflictivos que requieren de una solución eficaz, y que suceden todos los días, serán totalmente ignorados, pudiendo así ser desarrollados libremente sin nada ni nadie que los impida, porque total todos quieren ser felices y nadie se quiere encargar de nada.
Todo lo que alguna vez nos llevó a una realidad más digna, necesitó que cierta gente resignara un poco de su felicidad para darse cuenta de que las cosas estaban mal y había que cambiarlas. Pregúnteles si no a todos los próceres que estudiamos en la historia, gente que logró cosas revolucionarias por darse cuenta de que algo estaba mal, por ocuparse de que los suyos también se dieran cuenta y se unieran a su causa, y por tomar medidas al respecto, con toda la mayor infelicidad y generación de conflictos que eso conllevaba, en pos de que, por ejemplo, hoy no siguiéramos siendo una sociedad esclavista, racista, elitista y machista, como alguna vez lo fuimos.
En la vida todo es un balance. Existe lo bueno, pero también lo malo. Existe la alegría, pero también la tristeza. Existe el amor, pero también existe el miedo. Ninguno existe sin el otro, y ninguno debe ser ignorado.
No me confundan, mi deseo es que todos podamos ser felices más allá de todo lo que nos rodea y nos puede tirar para abajo, pero que también seamos seres conscientes y pensantes, para no caer en la ignorancia, la obediencia ciega y, por consecuente, la fácil manipulación, que son las antagonistas de las historias revolucionarias.

Créanme, se puede ser ambas cosas.

Te alabo.

Te alabo porque sos
La aguja de la verdad
en el pajar de la hipocresía.

Soy un ávido lector
que se aventura entre las calles,
páginas encuadernadas
de común autoría.

Me asombra llegar a tu página
justo al salir de la mía.

Todo está lleno de ficción,
manifiestos de falsa empatía
donde podría incluir al Cambalache mismo,
bajo el trance encantado
de leer en tus palabras
un alma, un abrazo,
el ocaso de la máscara.

Te alabo
porque entendiste:
No existe atracción
si la esencia juega
a las escondidas.

La mitad perdida.

Empecé a buscar
mi mitad perdida
hace mucho me contaron
que era así, que existía

Allá afuera estaría
Y cuando la viera
La noche esculpiría
Un cielo de estrellas

Sus bocas hablaban
de un plácido regazo
Una manta en invierno
Un río en verano.

Un susurro del viento
en un desierto callado
que, llegado este momento
quedaría en el pasado

Proveniente del cuerpo
de alguna otra persona
embarcada en mi odisea,
sintiéndose igual de sola.

Denuncio un error,
no así una mentira
La verdad tiene más formas
para quien todo lo mira

No hay un puerto de llegada.
Mucho menos sería este
Si mi barca, por si sola
puede navegar por siempre

Y en esta eterna ruta
nunca me detendría
teniendo en el horizonte,
esperando, tanta vida

Ver un amanecer
diferente cada día,
ir descubriendo mares
que cantan sus sinfonías.

Llenar de desembarcos
y provisiones mi historia
Que se amotine el mundo
entero en mi memoria.

Hasta esa misma noche,
de estrellas esculpidas,
cuando al fin habré encontrado
esa mitad perdida.