Hace poco, un amigo que aspira a ser
músico empezó a dar recitales con su banda. Por ahora dio nada más
que dos. En ambas ocasiones, por ser amigo mío, por observar que me
tomé la molestia de ir hasta allá (Capital Federal, desde La
Plata), quiso pasar de cobrarme la entrada, a lo cual me negué
rotundamente, pero no me negué por quedar bien, por rehusarme a
aceptar un gesto, si no porque, sabiendo de que se trata, no tendría
la conciencia tranquila si acepto algo así.
Un artista, y vamos a enfocarnos en
los músicos en este caso, no es un vago. Ser artista no es algo
fácil, no cuando se quiere hacer del arte una profesión y sustento,
es algo muy difícil.
Cuando alguien toma la decisión de
seguir con el arte hasta poder comer con lo que hace, no es porque se
quiere tirar a tocar la guitarrita, o a hacer dibujitos pedorros, o a
inventar frasecitas todo el día, es porque es su lugar en el mundo,
porque le apasiona, le motiva, es quizá su única manera de ser
feliz y no malgastar 8 horas diarias (o más) de su vida (que, si
hacemos la cuenta, a largo plazo es una suma colosal de tiempo)
haciendo algo que no le gusta nada más que porque sin dinero
asegurado nos morimos casi todos. Esta primera observación,
sumamente prejuiciosa y poco razonada, condena a muchos a tener un
sueño que dejan morir y a otros tantos a no poder vivir de su
profesión porque nadie entiende verdaderamente cuánto vale lo que
hacen. Vamos a ver, entonces, cuanto valor tiene lo que hace un
artista:
Un artista es un ser creativo,
insaciable, innovador, ambicioso, que busca transformar su entorno y
aportar cosas nuevas, mediante la escritura, las artes plásticas,
las artes visuales, la música, en pos de lograr generar sentimientos
y reacciones en su público, para que este mismo forme una especie de
apego y quiera que se generen más contenidos de este tipo para su
consumo (traducido en transacciones por una entrada, un CD, una
pintura, un libro, una película, en el caso del circuito comercial).
Cuanto más crezca el público, más chances de poder vivir de lo
suyo. Obvio que los hay también quienes hacen otra cosa de su vida y
no les interesa nada más que mostrar lo que hacen, pero no son a
quienes me refiero en este texto.
Un artista debe valerse de los
recursos necesarios para poder llevar a cabo su arte, recursos que
requieren plata, recursos que forman parte de un presupuesto que va
en crecimiento en tanto se crea la necesidad de mejorar la calidad
del arte para un producto mejor pensado y llevado a cabo. Un músico
promedio empieza con un instrumento no muy bueno, y si este debe ser
amplificado, el amplificador tampoco es muy bueno. Si tiene una
banda, debe gastar plata en traslados y horas en la sala de ensayo.
Cuando su banda ya tenga material propio para mostrar, debe gastar
más plata en ensayos y en grabaciones. Para que estas grabaciones (y
las presentaciones) suenen mejor, debe conseguir un mejor instrumento
y un mejor equipamiento de sonido, por lo tanto más plata
(invertida, pero plata al fin), y una vez que la banda esté lista,
va a salir a tocar afuera, y afuera la mayoría de los lugares cobra
por donar un espacio para dar un recital, por lo tanto esto se paga
también.
Un artista debe perfeccionar su
técnica, porque nadie tiene desde un principio instalado un chip que
le permita expresarse correctamente, o tocar pasajes de mínima
dificultad a un ritmo adecuado, o pintar formas extraordinarias de la
nada, por lo tanto el artista debe dedicar horas y horas a
perfeccionar su arte, horas de la misma cantidad que cualquier
jornada laboral común y corriente (solo que con el riesgo de que
todo sea para que, por el mismo esfuerzo o peor, de todas formas no
se le remunere como corresponde). En el caso de los músicos, un
músico se sienta a tocar ejercicios, escalas, arpegios, ligados,
trémolos, barridos, respiración y ejercicios de relajación para
las voces y los vientos (porque parte del instrumental a utilizar es
nada más y nada menos que el propio cuerpo), también practica
canciones o solo pasajes rápidos de estas mismas que sirvan para
mejorar su técnica y adquirir no solo velocidad, si no también
prolijidad en su sonido, prolijidad que después se le puede ir
cuando llegue a tocar en vivo y se le sobrepongan los nervios, que
por más práctica que haya tenido, pueden hacer que falle en ese
pasaje que estuvo horas practicando, que su sonido se machaque, que
su psiquis sufra ese machaque que tanto quiso evitar mientras el
sudor cae como una catarata, corriendo además el riesgo de que
después algún desconsiderado diga que “no toca bien” o no le
perdone ese error porque esperaba que un músico fuera un robot.
Un artista debe, además, si no
cuenta con la asesoría o “la segunda” de nadie, encargarse de
pensar la mejor forma de repartir otros gastos como publicidad,
producción, distribución, para valerse de la mayor cantidad de
público que pueda y que este mismo sea la base de su sustento,
porque sin público, nada funciona.
Todavía hay gente que cree que los
artistas son unos vagos, que no quieren tomarse su vida en serio, que
lo que hacen es una boludez, que no cuesta nada, que tranquilamente
pueden hacer cualquier otra cosa antes que dedicarse a su arte, gente
hipócrita que después se devora series o películas, se emociona en
recitales u obras de teatro, recomienda libros.
Con todo esto en mente, ustedes le
pedirían a un artista que les regale su arte? Que les deje pasar
gratis a su obra de teatro? Que les regale su CD, su libro? Yo no,
por eso le pagué las entradas a mi amigo (que, por cierto, cargando
él con todo lo que expliqué acá, las vendía nada más que a 40
pesos).