jueves, 5 de enero de 2017

Defendiendo el oficio.

Hace poco, un amigo que aspira a ser músico empezó a dar recitales con su banda. Por ahora dio nada más que dos. En ambas ocasiones, por ser amigo mío, por observar que me tomé la molestia de ir hasta allá (Capital Federal, desde La Plata), quiso pasar de cobrarme la entrada, a lo cual me negué rotundamente, pero no me negué por quedar bien, por rehusarme a aceptar un gesto, si no porque, sabiendo de que se trata, no tendría la conciencia tranquila si acepto algo así.
Un artista, y vamos a enfocarnos en los músicos en este caso, no es un vago. Ser artista no es algo fácil, no cuando se quiere hacer del arte una profesión y sustento, es algo muy difícil.
Cuando alguien toma la decisión de seguir con el arte hasta poder comer con lo que hace, no es porque se quiere tirar a tocar la guitarrita, o a hacer dibujitos pedorros, o a inventar frasecitas todo el día, es porque es su lugar en el mundo, porque le apasiona, le motiva, es quizá su única manera de ser feliz y no malgastar 8 horas diarias (o más) de su vida (que, si hacemos la cuenta, a largo plazo es una suma colosal de tiempo) haciendo algo que no le gusta nada más que porque sin dinero asegurado nos morimos casi todos. Esta primera observación, sumamente prejuiciosa y poco razonada, condena a muchos a tener un sueño que dejan morir y a otros tantos a no poder vivir de su profesión porque nadie entiende verdaderamente cuánto vale lo que hacen. Vamos a ver, entonces, cuanto valor tiene lo que hace un artista:
Un artista es un ser creativo, insaciable, innovador, ambicioso, que busca transformar su entorno y aportar cosas nuevas, mediante la escritura, las artes plásticas, las artes visuales, la música, en pos de lograr generar sentimientos y reacciones en su público, para que este mismo forme una especie de apego y quiera que se generen más contenidos de este tipo para su consumo (traducido en transacciones por una entrada, un CD, una pintura, un libro, una película, en el caso del circuito comercial). Cuanto más crezca el público, más chances de poder vivir de lo suyo. Obvio que los hay también quienes hacen otra cosa de su vida y no les interesa nada más que mostrar lo que hacen, pero no son a quienes me refiero en este texto.
Un artista debe valerse de los recursos necesarios para poder llevar a cabo su arte, recursos que requieren plata, recursos que forman parte de un presupuesto que va en crecimiento en tanto se crea la necesidad de mejorar la calidad del arte para un producto mejor pensado y llevado a cabo. Un músico promedio empieza con un instrumento no muy bueno, y si este debe ser amplificado, el amplificador tampoco es muy bueno. Si tiene una banda, debe gastar plata en traslados y horas en la sala de ensayo. Cuando su banda ya tenga material propio para mostrar, debe gastar más plata en ensayos y en grabaciones. Para que estas grabaciones (y las presentaciones) suenen mejor, debe conseguir un mejor instrumento y un mejor equipamiento de sonido, por lo tanto más plata (invertida, pero plata al fin), y una vez que la banda esté lista, va a salir a tocar afuera, y afuera la mayoría de los lugares cobra por donar un espacio para dar un recital, por lo tanto esto se paga también.
Un artista debe perfeccionar su técnica, porque nadie tiene desde un principio instalado un chip que le permita expresarse correctamente, o tocar pasajes de mínima dificultad a un ritmo adecuado, o pintar formas extraordinarias de la nada, por lo tanto el artista debe dedicar horas y horas a perfeccionar su arte, horas de la misma cantidad que cualquier jornada laboral común y corriente (solo que con el riesgo de que todo sea para que, por el mismo esfuerzo o peor, de todas formas no se le remunere como corresponde). En el caso de los músicos, un músico se sienta a tocar ejercicios, escalas, arpegios, ligados, trémolos, barridos, respiración y ejercicios de relajación para las voces y los vientos (porque parte del instrumental a utilizar es nada más y nada menos que el propio cuerpo), también practica canciones o solo pasajes rápidos de estas mismas que sirvan para mejorar su técnica y adquirir no solo velocidad, si no también prolijidad en su sonido, prolijidad que después se le puede ir cuando llegue a tocar en vivo y se le sobrepongan los nervios, que por más práctica que haya tenido, pueden hacer que falle en ese pasaje que estuvo horas practicando, que su sonido se machaque, que su psiquis sufra ese machaque que tanto quiso evitar mientras el sudor cae como una catarata, corriendo además el riesgo de que después algún desconsiderado diga que “no toca bien” o no le perdone ese error porque esperaba que un músico fuera un robot.
Un artista debe, además, si no cuenta con la asesoría o “la segunda” de nadie, encargarse de pensar la mejor forma de repartir otros gastos como publicidad, producción, distribución, para valerse de la mayor cantidad de público que pueda y que este mismo sea la base de su sustento, porque sin público, nada funciona.
Todavía hay gente que cree que los artistas son unos vagos, que no quieren tomarse su vida en serio, que lo que hacen es una boludez, que no cuesta nada, que tranquilamente pueden hacer cualquier otra cosa antes que dedicarse a su arte, gente hipócrita que después se devora series o películas, se emociona en recitales u obras de teatro, recomienda libros.
Con todo esto en mente, ustedes le pedirían a un artista que les regale su arte? Que les deje pasar gratis a su obra de teatro? Que les regale su CD, su libro? Yo no, por eso le pagué las entradas a mi amigo (que, por cierto, cargando él con todo lo que expliqué acá, las vendía nada más que a 40 pesos).



Mascotas atrás de la felicidad.

Todos, sin excepción de nadie, vamos atrás de lo que nos hace felices. Es lo común, lo normal, lo más sano. ¿Qué persona quisiera pasar su vida deprimida, triste, absteniéndose de disfrutar de todo aquello que nos genera, cuanto menos, una sonrisa? Nadie.
Ahora bien, no es una cosa sana pensar que el modelo ideal de persona es aquella que tiene nada más que felicidad en su vida. ¿Por qué? Porque si este caso es cierto, esta persona no tiene los pies en la tierra.
Hay miles de frases replicadas a lo largo de las redes sociales sobre “expulsar lo que no te hace feliz”, “sacarse a la gente tóxica de encima”, entre otras. Tienen su grado de razón, por supuesto, refiriéndose a los pensamientos negativos, las malas actitudes, los constantes reproches (al menos, aquellos que se dan solo por tirar mierda y listo), pero no son axiomas, no son irrefutables, porque lo cierto es que el Mundo que habitamos también tiene su parte negativa (y vaya que la tiene)
Ya lo sé, pero para qué me voy a amargar pensando todo el día en eso?”
No todo el día, pero de vez en cuando podés tomarte unos minutos aunque sea en darte cuenta que hay cosas jodidas a las cuales prestarles atención y, muchísimas veces, tomar decisiones al respecto.
La razón de ser de este planteo es esa gente que no discutiría bajo ningún punto de vista frases como las que puse arriba, gente que cree que cuando alguien viene a decirles que algo está funcionando mal, probablemente solo quiera amargarles la vida, gente que “vive en una nube de pedos”. Esquivan cualquier tópico que aborde hasta la más nimia problemática, y si alguien les quiere meter en tema, rápidamente abren el manual y, obedeciendo las reglas, “se sacan a su persona tóxica de encima”, demostrando así una obediencia ciega a cualquier discurso que les inste a sonreír como lo menos dañino, y a suprimir cualquier capacidad de razonamiento lógico en pos de vivir con alegría como lo más catastrófico.
¿Entonces? ¿Para ser una persona responsable debe uno resignar su felicidad?
No. Pero no debe encontrar toxicidad en los temas serios y las causas que requieren cuidado, concientización, y racionalización del pensamiento, si no que los debe abordar con la misma tranquilidad que ansía llevar consigo siempre. Si hay alguna razón por la que la mayoría de la gente evita hablar de temas como estos, es por la cantidad inconmensurable de replicadores de odio y desmerecimiento de la opinión diferente o la visión ajena que existen en los espacios que frecuentamos. Sí, la toxicidad reside en esa gente, no en los temas.
Si es mayor la cantidad de personas que actúan según su felicidad que según la vida en sociedad que llevan, entonces estamos en graves problemas, no solo por experimentar una gran epidemia de egoísmo, si no también porque los hechos conflictivos que requieren de una solución eficaz, y que suceden todos los días, serán totalmente ignorados, pudiendo así ser desarrollados libremente sin nada ni nadie que los impida, porque total todos quieren ser felices y nadie se quiere encargar de nada.
Todo lo que alguna vez nos llevó a una realidad más digna, necesitó que cierta gente resignara un poco de su felicidad para darse cuenta de que las cosas estaban mal y había que cambiarlas. Pregúnteles si no a todos los próceres que estudiamos en la historia, gente que logró cosas revolucionarias por darse cuenta de que algo estaba mal, por ocuparse de que los suyos también se dieran cuenta y se unieran a su causa, y por tomar medidas al respecto, con toda la mayor infelicidad y generación de conflictos que eso conllevaba, en pos de que, por ejemplo, hoy no siguiéramos siendo una sociedad esclavista, racista, elitista y machista, como alguna vez lo fuimos.
En la vida todo es un balance. Existe lo bueno, pero también lo malo. Existe la alegría, pero también la tristeza. Existe el amor, pero también existe el miedo. Ninguno existe sin el otro, y ninguno debe ser ignorado.
No me confundan, mi deseo es que todos podamos ser felices más allá de todo lo que nos rodea y nos puede tirar para abajo, pero que también seamos seres conscientes y pensantes, para no caer en la ignorancia, la obediencia ciega y, por consecuente, la fácil manipulación, que son las antagonistas de las historias revolucionarias.

Créanme, se puede ser ambas cosas.

Te alabo.

Te alabo porque sos
La aguja de la verdad
en el pajar de la hipocresía.

Soy un ávido lector
que se aventura entre las calles,
páginas encuadernadas
de común autoría.

Me asombra llegar a tu página
justo al salir de la mía.

Todo está lleno de ficción,
manifiestos de falsa empatía
donde podría incluir al Cambalache mismo,
bajo el trance encantado
de leer en tus palabras
un alma, un abrazo,
el ocaso de la máscara.

Te alabo
porque entendiste:
No existe atracción
si la esencia juega
a las escondidas.

La mitad perdida.

Empecé a buscar
mi mitad perdida
hace mucho me contaron
que era así, que existía

Allá afuera estaría
Y cuando la viera
La noche esculpiría
Un cielo de estrellas

Sus bocas hablaban
de un plácido regazo
Una manta en invierno
Un río en verano.

Un susurro del viento
en un desierto callado
que, llegado este momento
quedaría en el pasado

Proveniente del cuerpo
de alguna otra persona
embarcada en mi odisea,
sintiéndose igual de sola.

Denuncio un error,
no así una mentira
La verdad tiene más formas
para quien todo lo mira

No hay un puerto de llegada.
Mucho menos sería este
Si mi barca, por si sola
puede navegar por siempre

Y en esta eterna ruta
nunca me detendría
teniendo en el horizonte,
esperando, tanta vida

Ver un amanecer
diferente cada día,
ir descubriendo mares
que cantan sus sinfonías.

Llenar de desembarcos
y provisiones mi historia
Que se amotine el mundo
entero en mi memoria.

Hasta esa misma noche,
de estrellas esculpidas,
cuando al fin habré encontrado
esa mitad perdida.

viernes, 19 de febrero de 2016

Resumen de una vida a las 7 am.

(Esta historia no es real)

Soy un caso particular. Vivo en Etcheverry, en las afueras de La Plata, y todas las mañanas espero el ramal 11 de la Línea Oeste para ir a trabajar de maestro al Colegio Albert Thomas, ubicado al final del recorrido de este mismo ramal. Por lo tanto, cada mañana hago largos viajes, armándome lo mejor posible de paciencia, tratando de disfrutar cada metro recorrido, y, además, soy testigo de muchas vidas. No me refiero con esto a los vaivenes de los demás, si no de las vidas de los recorridos.

Esta loca idea de hablar de vidas pertenecientes a recorridos son producto de algún rincón de mi imaginación que todavía no fue apagado por la edad y la rutina, y he de hacer un breve resumen comparando cada recorrido con los aspectos de la vida durante el paso del tiempo para dejarles a todos en claro cómo fue que se me ocurrió.

Empezamos con el tramo en que yo me subo. Un micro vacío. Yo y algunos más le damos un cordial "buenos días" al chofer y tomamos comodamente asiento. De aquí hasta el barrio de Olmos somos varios los que ya nos vemos las caras todos los días y nos saludamos como un gesto de consideración mínima al prójimo con algunos, e intercambiamos anécdotas y comentarios con otros más conocidos. Esto ha de remontarme a las épocas de infancia, a las formaciones de relaciones con gente que no conocemos, el aprender a socializar, el hacer grupos de conocidos y algunos con posibilidades de volverse excelentes compañeros a futuro, si la relación viene como hasta ahora.

La segunda parte cubre el largo tramo de Olmos hacia adentro del Casco Urbano de La Plata. Aquí no solo veo que unos pocos se bajan ya que tienen la suerte de no tener que hacer grandes caminos para llegar, si no que también tengo la suerte de cruzarme con varios amigos que, por las mismas causas que yo, deben hacer el viaje de cada dia para cumplir con sus obligaciones. Si tengo suerte, me verán entre el tumulto y vendrán a saludar y hacerme un poco más ameno el recorrido, mientras comparo este trayecto con una época igual de larga como lo podría ser el inicio de la secundaria hasta el fin de la Universidad. Algunos ya se han ido, pues ya han hecho todo lo que podían hacer por mi, y no tengo más que hacer con ellos, otros siguen siendo conocidos, hay mucha gente más que cruzo diariamente, extraña, que me hace preguntar si alguna vez tendré algo que decirles, y están mis amigos, los más cercanos, aquellos con quienes comparto risas y vivo un poco mejor de lo que podría si tuviera que valerme por mi cuenta.

Observando también se avistan otras curiosidades, como por ejemplo aquellos dos que hasta el año pasado solo se saludaban e intercambiaban sonrisas, y hoy en día están en un proyecto de pareja bastante a buen traer por lo visto, haciendome pensar en que muchos somos indirectamente el nexo para que otra gente se conozca, por ejemplo cuando organizamos reuniones festivas uniendo diferentes grupos, fusionando diferentes ramas de nuestras relaciones para ver como se llevan entre si, experimentando basicamente.

Hay comparaciones que se dan según el día, o la vida del recorrido en su defecto. Días de tristeza, de observar pensativamente, la comparación lleva a estos períodos fugaces de la vida, donde pasa esto mismo, justamente. Días en los cuales algo falla, el micro se rompe, y tenemos que esperar otro: Momentos que llevan a la conclusión de que hay que buscar otra forma de hacer las cosas, porque de seguir igual no hemos de llegar ya a ningún lado, y así podría formular algunas más con el tiempo necesario para idearlas.

Como última parte hablaré del tramo desde Plaza Moreno hasta, finalmente, el colegio Albert Thomas, donde ya el micro empieza a despoblarse de a poco. Muchos que llegan, muy pocos que se han subido hace poco y que se quedarán hasta el final. Muchos de quienes aquí en este relato llamo amigos ya se han ido, y solo unos pocos quedan. Ha de ser este el tramo que representa a nuestras vidas llegando al fin, donde algunos amigos ya se han ido, quizá por voluntad propia, quizá no, y, de los que quedan, quienes verdaderamente nos querían, independientemente si estuvieron desde el principio o no, eran los que allí estaban.

Al llegar, por fin, desconcentramos el micro: Hemos presenciado el fin de la vida del recorrido x (No esperaban que contara cuantos viajes asi hago desde que mi vida es de esta manera, ¿no?) y mañana nos subiremos a ver como es la vida del próximo recorrido. Quizás veamos otras cosas, quizás las mismas, quizás nos crucemos los mismos, quizá seamos menos, más, no lo sé. Solo puedo asegurar que, lo que sé en cuanto a algunos aspectos de la vida, fue por algo tan facil como observar los recorridos de cada mañana.

viernes, 12 de febrero de 2016

Testigos de la noche.

Fue una noche que quedó en mi memoria como si hubiese sido una película ambientada en la antigüedad, vivida con cada uno de los sentidos.

Yo ingresé al bar como cualquier otro viernes a la noche, en busca de una buena ginebra que pudiera tomar mientras hablara con algún borracho, pero despierto, como diría Luca Prodan. En cuanto hube pagado y tomado asiento al lado de una barra aún sobria de clientes dada la hora temprana (rozando la medianoche) pude ver a un grupo de jóvenes bohemios sentados en una de las mesas redondas, exhibiendo diferentes trazos de papel e imagenes en la mesa, las cuales miraban atentamente a la vez que garabateaban algunas palabras con lápiz y se dirigían palabras cortas los unos a los otros, en un volumen inaudible a mi distancia.
Cuando dieron las 12 al fin, marcando el inicio de un nuevo día, fue que levantaron sus copas y brindaron, ahora pronunciando palabras en un volumen un poco más alto. Por lo que pude entender, hablaban de la gente de las imágenes, a quienes iban dedicados estos escritos. Yo creía tener claro que a los difuntos se los recordaba con un brindis cada Navidad y Año Nuevo, en un ambiente más familiar. Y como todavía no se acostumbraba tanto a desconfiar del extraño, me animé quizás, de todas formas, un poco impulsivo, a acercarme a esta curiosa mesa y preguntar qué era lo que estaba sucediendo. De alguna forma, yo ya había sido registrado por algunas de esas miradas y obtuve una respuesta sencilla y gentil: Era 14 de febrero.

Sí, 14 de febrero, ¿entonces?

"Si es de su interés, pida otro vaso y lo invitamos a que conozca nuestro por qué"

Sin dudarlo mucho, ya que la noche y la torrencial lluvia que caían a eso me invitaban, hice caso a este joven y me senté para sorpresa pero aún así gusto de todos.

"Nos autodenominamos los 'testigos de la noche'. Somos unos cuantos muchachos con historias en común que, por algún motivo, han llevado nuestras vidas a la desolación sentimental y el horror de ser atacados por los recuerdos cada noche, sin doctor o psicólogo que tuviese remedio para ayudarnos a combatir, porque nuestra enfermedad es la peor de todas: la desesperanza por el prójimo. Desde que tenemos memoria hemos escuchado de tragedias, catástrofes, gente que sufría mientras nosotros dormíamos plácidos en nuestras camas y comíamos toneladas de frituras solo por el gusto de envenenar a nuestro organismo mientras otros morían por esa misma causa."

Estaba ya un poco abandonando la lucidez, pero aún así fue una experiencia tan fuerte que pude conservarme un poco más y, entonces, recordar todo lo que pasó después, como por ejemplo el selectivo lenguaje de este muchacho.

"Se preguntará usted qué tendrá que ver con lo que acaba de atestiguar, pues bien, tenemos un ritual especial entre nosotros asociado a uno de las causas que nos unen: Cada San Valentín, a la medianoche, brindamos por los amores que se fueron con la esperanza de algún día volver a conocer esos sentimientos y vivir en carne propia lo que es que otra persona te ame y te haga sentir que valés algo en la vida.
Como ya le hemos dicho, la nuestra es una enfermedad sin cura. Y esto mismo hace que hagamos esto. Pues cuán vano es que las personas se queden en el pasado y llorando los muertos, no? Pero así como algunos fuman, otros beben, y otros se disparan, nosotros nos matamos lentamente con la nostalgia. Seguimos hablándole a estas personas, que son aquellas que alguna vez vieron algo de luz en nosotros y se animaron a entrar y a conocer nuestra infinita hospitalidad y armonía, a agotar un recurso que creíamos inagotable, como el cariño y la esperanza de crecer siempre con alguien al lado, de no caer nunca por tener siempre a alguien que nos garantizara que aún había algo de luz en nosotros, de dormir y despertar cada día al lado de una dulce compañía que nos acompañara con una sonrisa, un abrazo y cosas varias más cada vez que lo necesitáramos. Les decimos que las necesitamos, que nuestras vidas están más vacías, que por más que la vida nos distraiga por un momento y nos regale ese suministro de risas sin el cual seríamos seres muertos por dentro, siempre llegan noches como estas que nos hacen desear su presencia otra vez. Y hoy no solo lo vale por la lluvia, pero también por la festividad asignada al día de hoy que, aunque insulsa, es otra oportunidad de festejar el amor, pero también de demostrarnos a nosotros, almas errantes, que aún seguimos solos y lo más probable es que necesitemos que sea lo contrario. Ahora bien, amigo, le haré una pregunta:

¿Se imagina usted un mundo sin parejas?

Si quisiera, no podría, porque, aún si ve a un caudal de gente caminando por ahí, perdido en sus cosas, esas personas morirán pronto. Esa noche llegarán a casa, sufrirán el silencio, la oscuridad del cuarto y de sus almas, y no lo soportarán. Querrán revolucionar el mundo estableciendo parejas por ahí. Es así: Los seres humanos tenemos un alma compuesta de sentimientos, y el mas fuerte de todos ellos es el amor. Es más fuerte que el odio, la ira, la repulsión, la felicidad, la tristeza. Con amor se puede llegar a donde sea, y esto es tan así que ayer amábamos con todas nuestras fuerzas y hoy gracias a eso caímos de lo más alto y nos fracturamos peor que los demás, y aquí estamos, aún sin recuperar. Algunos llevamos así años, otros meses, unos pocos, días. Y aquí está usted, que no tiene con quién festejar dado que aquí está, conversando con un grupo de jóvenes somnolientos."

Así era, pero a lo único que me llevó todo lo que me dijo fue a querer quedarme con ellos, unirme a su "club" o lo que fuera, porque tenían razón. Parecían jovenes hippies, estancados en la década en donde nuestros pregoneros eran los Beatles, pero tenían razón. Aunque fríos nos podamos volver algún día, siempre sigue siendo el amor lo que más fuerte empuja desde adentro.

Esa noche me quedé con ellos, tomando más, emborrachándome, escapándome con ellos un rato de la realidad, caminando bajo la lluvia, escuchando anécdotas, contando las mías, escuchando risas escabullidas en el medio debido a la embriaguez y a esa grieta por donde pasa la luz entre medio de tanta oscuridad, que también existe. Y, en mi soledad, se me ocurría que adheriría a su tradición. Cada 14 de febrero me tendrían ahí, brindando con ellos, y aportando mi granito de arena a la causa: Brindar, no solo por los amores idos y los que vendrán, si no también por el amor que debe reinar entre todos nosotros, hermanos de la Tierra, para que nuestra vida no caiga en la pena, la desolación y la ruina.

Este domingo, los esperamos a todos los corazones solitarios en el bar.

viernes, 5 de febrero de 2016

Insuficiente.

Todo me parece insuficiente.

¿Qué necesidad de decir esto? No se si verdaderamente busco encontrar apoyo del otro lado, o que alguien me entienda, solo que hay cosas que, indudablemente, no hay orden que las ponga en un lugar que nos satisfaga a todxs. Porque hay gente y gente, y no podés contentar a todos, me dirán. Quizá, pero al no estarme refiriendo a cuestiones partidarias como ser si o si hincha de Boca o San Lorenzo, puedo explayarme un poco más al respecto.

Las 24 horas del día suelen pasarse lento cuando estamos en un estado de aburrimiento tal que queremos que pase el tiempo, pero se pasan rápido mientras buscamos cómo organizar y aprovechar mejor nuestro tiempo, e incluso si llegamos a hacerlo. Sí, pero tenés años para hacer las cosas me van a decir. Por supuesto! Pero a veces no tenemos dimensión de lo rápido que pasa, como un tren, un proceso que repetimos 365 veces y que se nos va, la mayoría de las veces, en exigencia. Porque el cuerpo nos exige, la sociedad nos exige. El descanso es la exigencia del cuerpo de reponer energías, el estudio es la exigencia de la sociedad para que llenes un paquete de arroz que, inevitablemente, va poceándose de a poco, y el trabajo es la exigencia de la máquina para que no dejes de depender de ella. Entonces qué? Está mal instruirse y esforzarse para vivir bien? La respuesta es no, para nada. Solo me quejo del fallo de la relación precio-beneficio en la mayoría de los casos. Porque además del paso rápido del tiempo, tenemos el tiempo libre en el cual no estamos al 100% de las energías debido a que seguimos siendo exigidos para llegar a un nivel para el día o los días subsiguientes, y si no, estamos cansados por lo que consumió todo lo anteriormente mencionado en energía.

¿Qué se me ocurre a mi, a ver que tanto me quejo y protesto sobre todo? Que no nos cobren tanto, que no nos exijan tanto, que no nos conformemos con lo que hay porque es lo que hay y la persona de al lado se resignó como nosotros. Es posible que algo distinto sea posible. Estoy a disgusto con observar que debido al cansancio mental y enérgico todos nos andemos quejando y no disfrutemos de crecer, si no viendo como los días pasan y escasea el tiempo para hacer algo que nos gusta, como perfeccionarnos, emprender algo o recorrer el mundo tan inmenso que tenemos, para lo cual también se nos exigen grandes sumas de dinero que, debido a su grandeza, no nos dejan llegar a todos los lugares que queremos. Bueno, a nosotros, mayoría de población, por lo menos. Porque también hay una minoría que dispone del dinero para hacer lo que quiera y manejarse a su libre voluntad, pero es lamentable decir que, al menos en una gran mayoría de su parte, todo haya sido en base al egoísmo y su funcionalidad a los intereses de quienes tienen una cuota de poder en su haber.

Por lo tanto, mi mente tranquila pero deseosa de revolución, se dignará a seguir quejándose y haciendo lo posible por embellecer todo aspecto de la vida que pueda en base a su propio esfuerzo, porque evidentemente para que la vida sea como queremos necesitamos consideración y sentido común por todas partes, y eso ya es algo utópico en un mundo que tecnologicamente avanza, pero en lo humano lentamente decae y va hacia la distopia.